La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

domingo, 26 de junio de 2016

LA REINA VICTORIA VISITA LA TUMBA DE NAPOLEÓN


Imbert de Saint-Amand, en el tomo segundo de su biografía de Napoleón IIIº, se preguntaba por qué, hasta ese momento, ningún gran pintor había pintado la escena de la visita de la reina Victoria a la tumba de Napoleón Bonaparte, que ocurrió el viernes 24 de agosto de 1855. La pregunta de este cronista y avezado funcionario diplomático francés, tiene una doble justificación. De por si, la escena misma de la soberana inglesa entrando a los Inválidos en compañía del emperador francés, bien merece un cuadro. Según confesó la reina, aquella visita era el acto más importante de su viaje a París. Pero, además, ciertas circunstancias meteorológicas que acompañaron el ingreso de los visitantes, le añaden al momento un plus de dramatismo simbólico y de lectura esotérica, altamente pictóricos. Veamos los detalles de aquella visita.

La joven reina Victoria había llegado a París en el marco de la reconciliación política entre Francia y Gran Bretaña, facilitada por su alianza frente a Rusia en la guerra que se estaba librando en Crimea. Todavía no caía el bastión de Sebastopol y estos gestos de amistad eran propicios para mantener el espíritu de alianza en la opinión pública. Especialmente ante cierto sector de la opinión francesa, que todavía no borraba de su memoria, ni las secuelas derrotistas de Waterloo, ni el sueño imperial napoleónico.

Ese viernes, los soberanos pasan revista a las tropas en el Campo de Marte. La reina Victoria, junto a sus hijos (la princesa Victoria y el príncipe de Gales), va en coche. Los acompaña la emperatriz Eugenia de Montijo, deslumbrante y encantadora, como es habitual. El emperador Napoleón IIIº y el príncipe Alberto van a su lado, a caballo. Salen de las Tullerías a las cuatro y media, atraviesan la Plaza de la Concordia, el muelle y el puente de Jena, y, por fin, llegan al Campo de Marte, donde los espera una formación de 40.000 soldados.

Concluida la revista (que los soberanos han presenciado desde el balcón de la Escuela Militar) la comitiva emprende la marcha hacia los Inválidos. Curiosamente, el gobernador, no había sido avisado hasta último momento. Aún así, los veteranos están en sus armas. Se han encendido hachas que señalan el camino a la ilustre visitante. Ella avanza ceremoniosamente hacia la tumba del gran Napoleón, que en otro tiempo fuera el adversario formidable de su reino. Y en ese instante, estalla una violenta tempestad, que deja oír, dentro del recinto sepulcral, el eco de los truenos, mezclados con los sonidos del órgano…

Aquel momento debió haber causado bastante impresión en los presentes. Y en la reina misma, que luego escribió esta nota personal: "Yo, la nieta del rey que odió tanto a Napoleón y le hizo tan encarnizada guerra, estoy aquí ante la tumba del emperador, junto a su sobrino, que es ahora mi más íntimo y querido aliado. El órgano de la iglesia toca el God save the Queen… Las hachas están encendidas y al mismo tiempo estalla una tempestad. ¡Extraño y maravilloso espectáculo! Parece que este tributo de respeto a un enemigo muerto hace desaparecer toda la enemistad, todas las rivalidades y que el sello celeste se halla estampado sobre la alianza felinamente establecida entre dos grandes y poderosas naciones…".

La visita concluyó a las siete y media de la tarde, y sus majestades se dirigieron a las Tullerías, donde se sirvió una comida, para luego asistir a una función de la Ópera Cómica…Vale decir, un cierre protocolar bastante burgués, para un tributo funerario al mayor héroe de los franceses, tan marcado, al parecer, por señales meteorológicas… Pero de eso se trataba el Tercer Imperio, al fin y al cabo. De una epopeya burguesa, que bien podía, en 1855, darse el lujo de sobrellevar una guerra horrenda en Crimea, es decir, lo más lejos posible de las pompas parisinas.

Cuando pienso en la observación de Saint-Amand respecto de la ausencia de un gran cuadro que represente aquella escena de tintes tenebrosos (y supongo que hasta ahora nadie lo ejecutó), me imagino otro cuadro que sí existe y que pintó Pradilla: Doña Juana la Loca ante el catafalco de su difunto y regio marido. Hay en esa pintura un momentum principalmente funerario-contemplativo y un fondo tempestuoso, dos circunstancias iconográficas mandatorias que se verifican, también, en la escena de Victoria ante el sarcófago de Napoleón.


lunes, 6 de junio de 2016

PBRO. JOSÉ BEVILACQUA SACERDOTE SACRAMENTINO, COMPOSITOR Y MÚSICO ORGANISTA. IN MEMORIAM


El 1.º de mayo de este año, falleció en Buenos Aires el P. José Bevilacqua.

Había nacido en esta misma ciudad el 10 de mayo de 1928, e ingresó en el seminario menor de los Padres Sacramentinos a los doce años. Recibió la ordenación sacerdotal en 1951. Tuvo un paso muy recordado, como párroco, en la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de La Plata. Últimamente residía en la casa sacerdotal de la Basílica del Santísimo Sacramento en Buenos Aires, donde fue organista titular durante décadas.

El P. Bevilacqua era un hombre movido por una fina sensibilidad artística, que orientó principalmente a la música sacra, siendo compositor y organista. La breve antífona que se entona en la fiesta del Señor y la Virgen del Milagro, en Salta, es de su autoría. Pero, además, estaba dotado de un bagaje de cultura litúrgica que le permitió, entre otras iniciativas, escribir un precioso y erudito texto descriptivo acerca de los vitrales de la Basílica del Santísimo Sacramento. Me lo envió por email, allá por setiembre u octubre del año 2015, queriendo conocer mi opinión, luego de una charla que mantuvimos días antes…¡y que se prolongó por cerca de tres horas! Recuerdo que hablamos acerca de arte, de liturgia, de la Beata María Antonia de Paz y Figueroa, del P. Salvaire y de historia argentina contemporánea. En este último tramo de la conversación, quiso conocer mi opinión respecto de la "quema de los templos" porteños, en 1955. Mientras nuestra memoria evocaba aquel episodio bochornoso (y yo me esforzaba dialécticamente por exculpar al Gral. Perón… sin demasiado éxito por cierto), vi cómo sus ojos derramaban lágrimas de tristeza. "Fue algo horrible e incomprensible", me decía con la voz quebrada…Y en ese momento supe con certeza que su amor por la belleza en general y por el decoro del espacio sagrado, era genuino y visceral. Estaba, pues, ante un esteta auténtico, de la misma estirpe sacerdotal que el P. Salvaire, por citar un ejemplo.

Conversamos luego acerca del cardenal Copello, cuyos restos él había recibido en la Basílica, para su sepultura en el recinto de la cripta. Incluso, fue a su habitación para buscar una foto que se había tomado en Roma, junto a Copello, siendo él un sacerdote muy joven (pido encarecidamente a los PP. Sacramentinos de la Basílica que, si hallan esa fotografía entre las pertenencias del P. Bevilacqua, no la destruyan: me encantaría publicarla en este blog a modo de homenaje a ambos: al cardenal Copello y al P. José).

Dado que mi intención era rodar para Bacua dos episodios de la serie Patronos & Herederos (Memorias de la fe) en la cripta de la Basílica y necesitaba su autorización, me la concedió con generosidad, pero sólo tras comprobar que mi conocimiento del tema era documentado y riguroso. E incluso pactamos su aparición en pantalla, en una breve entrevista. Pero, lamentablemente, no pudo hacerse. Cuando comenzamos el rodaje, en abril de este año, ya el P. Bevilacqua se hallaba enfermo. Realizamos de todos modos el rodaje y el P. José fue suplido dignamente en su entrevista por el P. Daniel Dropulich.

La muerte de un sacerdote-músico de la calidad del P. Bevilacqua nos afecta a todos, creyentes o no, porque nos priva de los saberes artísticos y de la experiencia de un eslabón valioso en esa cadena de memoria y de identidad argentina que es el patrimonio religioso, cualquiera sea la religión en cuestión.

Él ha partido. Pero su legado estético permanece en nuestro recuerdo. Y bien pudo decir, al unísono con las Escrituras que tantas veces predicó: El celo por tu casa me devora.