La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

viernes, 26 de febrero de 2016

Aspectos escultóricos e iconográficos del mausoleo de Sarmiento



            

 Mausoleo de Sarmiento en La Recoleta (Fotos OADM 2011)



No está demás volver la mirada al mausoleo del celebrado sanjuanino, situado en la Recoleta, declarado sepulcro histórico nacional en 1946, y uno de los más visitados en aquel cementerio capitalino.

El sepulcro es, en su aspecto exterior, bastante simple: apenas un esbelto obelisco que, desde su basamento, se yergue sobre la cripta, para rematar en un cóndor andino de bronce que sostiene un ejemplar del Facundo.

La obra escultórica pertenece a Victor de Pol, autor también de sus dos placas principales. Una repisa vacía a la altura de la cornisa delata el faltante de un busto del prócer que allí hubo, colocado por la familia a poco de inaugurase el sepulcro, retirado luego para practicarle una pátina adecuada en París, y más tarde ingresado al Museo Histórico Sarmiento con otras piezas del “relicario” sarmientino, provenientes del Museo Histórico Nacional, en 1938. El busto lo había ejecutado el mismo Victor de Pol, con Sarmiento como modelo dal vero, en la casa porteña de éste,  en la calle antes llamada Cuyo (ahora Sarmiento). Sarmiento lo vio terminado poco antes de morir y, al parecer, le tenía predilección[1].

En el basamento del obelisco (cara anterior y posterior) hallamos dos importantes bajorrelieves en bronce, ejecutados por el mismo escultor.
Voy a referirme primeramente al que adorna el paño trasero de la base del monumento, por su fuerte carga iconográfica, que pone el acento, de entre las varias facetas de Sarmiento, en aquella que, quizá, más convoque nuestra simpatía y nuestra memoria escolar: es su rol de maestro, en este caso, que desplaza al polemista, al periodista, al escritor, al estadista, al viajero, al innovador agro-forestal, al urbanista y al soldado. Sarmiento-educador se enseñorea con indiscutida naturalidad en esa placa escultórica, de mano de Victor de Pol, fundida en el Arsenal de Guerra en 1892.

En el ángulo superior derecho, se lee la frase que Sarmiento escribió a modo de graffitti, en algún sitio de los baños del Zonda, en San Juan, antes de partir rumbo al exilio chileno: on ne tue point les idées, (las ideas no se matan).

La escena se corresponde con aquella sentencia: la perennidad de la ideas halla su vehículo en la educación, o, acaso más precisamente, en el hábito de la lectura. En efecto, vemos a Sarmiento ya viejo, sentado, rodeado de niños y niñas en actitud de lectura o de escucha atenta. Sarmiento no habla, sino que escucha. Una escena que la historia de los últimos años de Sarmiento ha registrado, aunque, debido a la seria sordera del anciano, era menester el uso de una trompeta o bastón con audífono, que el artista prefirió no incluir en su bajorrelieve, con intención de mejor estética.

En total rodean a Sarmiento cinco varones y tres niñas. La diversidad de sexos en una misma situación pedagógica, traduce la concepción democrática de la educación, y la promoción escolar de la mujer, superando su relegamiento tradicional en los enseres domésticos.

Esta idea inclusiva se refuerza en los alcances sociales de la educación, que no sólo ha de beneficiar a la niñez de clase principal o de familia pudiente. En efecto, a los pies de Sarmiento vemos a uno de los niños en plena lectura. Su aspecto difiere de los otros: va descalzo, es decir, se trata de un niño pobre. Y algo más: observando de cerca su rostro, reconocemos en él unos rasgos indios. Obsérvese, también, el calzado del último muchacho de la derecha: una suerte de “alpargata” o de zapatilla de tipo vasca. Se trata de un niño de condición rural.

Educación para todos, sin distinción de sexo, ni de raza, ni de condición social. He allí, a mi juicio, el núcleo alegórico de la obra artística que se vale de una entrañable composición figurativa, con Sarmiento como referencia central. Un Sarmiento en la vejez, exhibiendo los rasgos fisonómicos más característicos en un logrado retrato: frente amplia, cabeza casi calva, ceño adusto, labio belfo. Asimismo, su indumentaria es sencilla: sobrio traje civil, como el que debió usar al dejar la presidencia de la Nación.

En suma, la placa actualiza plásticamente aquel conocido discurso de Sarmiento recién llegado a Buenos Aires desde los EE.UU., en 1868, cuando proclamó: “Para que no haya vagos es necesario educar al pueblo en la verdadera democracia, enseñarles a todos lo mismo, para que todos sean iguales...Necesitamos hacer de toda la República una escuela ¡Sí! una escuela donde todos aprendan, donde todos se ilustren y constituyan así un núcleo sólido que pueda sostener la verdadera democracia que hace la felicidad de las repúblicas”. 

Veamos ahora el bajorrelieve de la cara frontal del basamento, fundido en el Arsenal de Guerra en 1894, y ejecutado, también, por Víctor de Pol. Se lee la inscripción siguiente: “Una América toda, asilo de los dioses todos, con lengua, tierra y ríos libres para todos”. Se trata de una frase que había escrito en carta a Saldías, repetida luego en su misión diplomática ante los Estados Unidos.

La figura principal representada es un Mercurio (Hermes), de pies y casco alados, escrutando la naturaleza en medio de un bosque, donde aparecen, también, las serpientes de su “caduceo”, atributo tradicional de aquel dios.
El patronazgo simbólico del dios Mercurio sobre el comercio, es obvio. Aunque también se lo vinculó a la alegoría La Paz. También es conocido que el periódico “El Mercurio” chileno, fue la plataforma del éxito de Sarmiento en aquel país transandino. Menos conocido, quizá, el simbolismo masónico de la protomorfosis griega del dios, es decir Hermes, custodio de conocimientos ocultos, vale decir herméticos. Sarmiento fue afiliado a la Masonería, donde alcanzó el grado 33 y esta figura bien podría corresponderse con aquella membrecía y el hermetismo de sus rituales iniciáticos.

Pero, sin dudas, la figura principal del monumento es el potente cóndor andino en que remata el obelisco. Fundido en bronce, exhibe sus alas desplegadas y su cuerpo en ligera torsión hacia el flanco izquierdo. Muy logrado el efecto general de su masa corpórea y, en particular, la textura del plumaje.  Recordemos que Víctor de Pol se ha destacado con otras esculturas de animales: el famoso smilodonte o “tigre dientes de sable” del Museo de La Plata, o los caballos del carro romano en el remate del Palacio del Congreso.

Las garras del cóndor andino se posan fuertemente en un libro en cuya cara se lee “Civilización y Barbarie”. Se trata, como dije, del Facundo, obra cumbre de las letras sarmientinas, que juega su simbolismo en correspondencia con la condición de ave de las altas cumbres que se reconoce en el cóndor andino.
Es, también, alusión al cruce cordillerano que Sarmiento debió emprender dos veces, en ruta a su exilio chileno.


















































Diversas imágenes de las esculturas y relieves de bronce del mausoleo de Sarmiento en La Recoleta, y sus componentes iconográficos, que comenté en el texto. Si bien la figura del cóndor andino y los dos bajorrelieves principales pertenecen a Victor de Pol, en la imagen número cinco podés ver la placa artística que propició Ricardo Levene desde la Comisión Nacional de Monumentos, y que ejecutó el escultor Agustín Riganelli

Una curiosidad en la placa de Mercurio...¿Observaste que el "caduceo" ha sido simplificado y aparecen las dos serpientes enroscadas entre si...pero sin la vara o bastón mercurial? Me he quedado pensando en este detalle iconográfico que seguramente fue intencional: es el momento previo a que Mercurio (Hermes), según la mitología griega, haya interpuesto su bastón para separar a las dos serpientes, que quedaron luego adheridas a la vara. ¿Será una alusión al momento de contienda civil, previo a la caída de Rosas y previo a la posterior unificación nacional?

Quiero que observes la variedad de niños y de niñas en el acto escolar de lectura, mientras Sarmiento escucha (o simula que escucha...). La presencia de una niña, de un niño de condición campesina (fijate el calzado) y el pequeño indio (¿o afro-argentino?) que está descalzo. En fin, una metáfora plástica de los alcances igualitarios y democráticos de la educación como ideal sarmientino.

(Fotos OADM 2011)





[1] Para más precisiones, vide, de mi autoría, “Cuatro moradas sarmientinas con declaratoria nacional”, Buenos Aires, Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos, Eustylos, 2011, cap. IV








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