Continuando con la serie dedicada a los
sitios de sepultura de los virreyes rioplatenses (un capítulo funerario del
anticuariado colonial de Buenos Aires), hoy quiero repasar las singulares
alternativas que rodearon al sitio de enterramiento de don Pedro Melo de
Portugal y Villena, fallecido en la otra orilla del Río de la Plata.
Según Enrique Udaondo, el Virrey Melo
visitaba con frecuencia el convento de las monjas capuchinas (anexo a la
iglesia de San Juan), y en una ocasión, a través del torno, una monja llamada
Sor María Clara, que tenía fama de profetisa, le dijo: "-Señor, mándese
Vuestra Merced sepultar aquí, porque sus monjas se han de acordar de
encomendarlo a Dios-"
Al parecer, el Virrey quedó algo
sorprendido y, por cortesía, las religiosas mandaron callar a la pitonisa, pero
sin lograr su silencio…¿Habrá sido esta Sor María Clara acometida,
realmente, por una inspiración
profética? o ¿Se trataba del "montaje" de una escena profética para
obtener, como voluntad póstuma del Virrey, la custodia de sus restos? No olvidemos que, para los conventos, la
posesión de sepulcros de figuras encumbradas implicaba la percepción de rentas
o limosnas derivadas de los oficios
mortuorios. Nada puede afirmarse con probanzas, y hemos de atenernos al relato
tradicional que consignó Udaondo.
Poco después, visitando la Banda
Oriental, en la Villa del Pando, don Pedro se sintió enfermo de muerte y
recordó los dichos de la monja locuaz. Entonces, mandó ser enterrado en la
iglesia de San Juan. Murió en la Villa de Pando el 15 de abril de 1797 y sus
restos fueron traídos a Buenos Aires y sepultados, una semana después, con gran
pompa fúnebre, cerca del altar mayor, junto a la reja del coro de las
religiosas. Se colocó una lápida (lamentablemente, hoy perdida al cambiar el
pavimento) cuyo epitafio decía:
"Aquí yace, por afecto a las
vírgenes esposas de Nuestro Señor Jesucristo, el Excmo. Sr.D.Pedro de Melo de
Portugal y Villena, de regia prosapia y virtudes adornado, caballero de la
Orden de Santiago, gentilhombre de cámara en ejercicio, primer Caballero de la
Reina, Quinto Virrey, Gobernador y Capitán General de las Provincias del Rio de
la Plata. Falleció en Montevideo el 15 de abril de 1797 y trasladado a esta
capilla, fue sepultado en universal dolor del pueblo, el 22 del mismo mes y año
a los 63 de edad. Requiscat in pace."
Se le dio sepultura con uniforme y con
las armas de su rango (espadín). Hasta aquí, un funeral normal para tan
encumbrado magistrado colonial. Lo llamativo (y que dio apodo a nuestro Virrey)
ocurrió mucho después…
De paso digamos que en muy poco tiempo,
la capital virreinal había presenciado otro entierro del mayor rango y de más
solemne pompa: el 2 de octubre del año anterior de 1796, el obispo Manuel de
Azamor y Ramírez moría a la madrugada,
dejando en herencia la mejor biblioteca de su época. En su caso, se le hizo
autopsia.
Pero volvamos a nuestro virrey: en 1870,
una plaga de hormigas negras invadió el templo y hubo que ubicar su principal
hormiguero para proceder a su exterminio. Siguiendo el rastro de las hormigas,
se levantó el solado por orden del
capellán Pedro Sardoy y, así, excavando, llegaron hasta la tumba del Virrey:
dentro del cráneo, fue hallada una nutrida colonia de hormigas. No conozco los
detalles de cómo fueron desalojadas de allí las hormigas, aunque puedo
imaginarme que la calavera fue sacudida como un sonajero, hasta expulsar a la
colonia intrusa… creepy spectacle…
El espadín fue retirado y, como estaba
hecho de plata con empuñadura de oro, se mandó fundir la empuñadura para
fabricar una patena, que se usaba en la comunión de las monjas.
Obviamente, no existía entonces la menor
conciencia del valor histórico del espadín, canjeado en términos de metal
precioso por el accesorio litúrgico.
De este episodio
"hormiguicida" se deriva el
mote de Virrey "Hormiga" que el viejo Buenos Aires le asignó al
ilustre difunto, cuyos restos siguen en alguna huesa, sin lápida ni blasón, en
aquel mismo sitio de la calle Alsina, en el barrio de Catedral al Sur.
*Según
mi fichero de "antigüedades coloniales porteñas", puedes leer este
episodio y otros más en Julio B. Jaime Repide, Paseos evocativos por
el viejo Buenos Aires. Peuser, BsAs., 1936. Págs.285-288. Para la muerte y
funerales del obispo Azamor, Rómulo Zabala y Enrique de Gandía: Historia
de la ciudad de Buenos Aires, Tomo IIº, Bs.As., 1937, p.505
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